viernes, 8 de agosto de 2008

LUZ A MIS OJOS

Dedicado a Estela Rojas Díaz, de Cienfuegos
Género Cuento para niños
Autor Rodrigo Motas Tamayo (seudónimo:Cemo)

-¿Escuchan como crujen?. Son fabulosos. Para mi es como comerme un caramelo de menta. No, no me tilden de loco, cada uno de nosotros cometemos locuras alguna vez en la vida, ¿verdad?. Esperen, un momento...
-Allá va otro, se aleja bastante pero no podrá escapar de mí. Allá voy yo también... Solo tengo que lanzarme y lo atrapo de un tirón. ¡Zas!, ya es mío. Ven, primero le canto una canción para dormirlo, ...y ...ummmh, este tiene mejor sabor que el otro.
-Que por qué hago esto? No, no es travesura ni malcriadeces de niño sobreprotegido. Cierto que abuela siempre está al tanto de mí. Bueno, las mujeres son así. Sin embargo, reconozco que abuelo si sabe comprenderme, como me comprenderán ustedes también.
Todo comenzó hace una semana. El viejo Francisco, que se dice mayor que la Ceiba del patio y según abuelo es mucho decir, me inculcó la idea aunque él no lo sabe.
Una noche cualquiera, no recuerdo cuando pero sí lo que me dijo, Francisco me contó la leyenda del niño y las luciérnagas y un ritual para sus ojos. Esperen, ... ese grandote no puedo dejarlo pasar por alto. Ah, que cómo se del tamaño... pura intuición o más bien escucho que hace mucho ruido al volar, por lo tanto concluyo que debe ser grandote. Fácil, verdad?
Por dónde iba. Discúlpenme es que estoy tan metido en mi tarea que perdí el hilo de lo que les contaba.
-Joaquincitoooo...muchacho, acaba de venir para acá-
-Enseguida voy, abuela- discúlpenme otras vez pero tenía que contestarle. No se preocupen, ella me estará llamando tres o cuatro veces más, pero yo voy solo cuando termino. Mientras, abuelo la ataja de vez en cuando.
-Déjalo jugar, mujer.
Se los dije. Ese es abuelo.
-Pero es que se puede golpear por allá atrás solo y más en sus condiciones.
-Él tiene que aprender a valerse. Así que déjalo tranquilo.
Quiero confesarles que desde que oí la historia de Francisco he cambiado muchísimo. Cada anochecer espero que canten los grillos, salgo al patio, dejó el bastón en el suelo y me elevo por encima de las copas de los árboles. Mis brazos no se extienden como aspas de molinos girando en la nada, No, no que va... son dos fuertes alas que revoletean a mi costado y junto a mis piernas me impulsan con destreza para perseguirlos, solo tengo que aguzar el oído y se por donde van.
Al dirigirme hacia ellos, abro la boca y ¡Zas! me llenan de sus cosquilleos al atraparlos. Ahí comienza el ritual. Como un retumbar de tambores, emociones nuevas me suben desde el pecho, pueda que sea vergüenza por quitarles la vida, pero la leyenda dice que al comerme cien cocuyos en igual número de días podré darle luz a mis ojos.

No hay comentarios: