viernes, 27 de agosto de 2010

Desmemoria

Por Rodrigo Motas Tamayo
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La ventana se esparce al olvido

calles sin transeúntes,

alaridos y pregones de carnaval.

Saltan ojos sin horizontes,

nombres o definidas siluetas

en la sed de sombras y máscaras,

y las calles susurran sus grietas,

grietas de pradera sin esperanzas o nivel.



El silencio se ahoga en el vacío

de un muro de recuerdos y orgías

con las olas del mar.

La torre blanca dormita sola,

fenece en la niebla

sin crono ni humo,

y las casas susurran sus secretos,

secretos de fantasmas y difuntos sin soñar.



Desmemoriada chica que se marchó en la mañana

sin el encanto de la oruga y el caracol

rabiosa manera de lograr el pan,

zapatos y vestidos en una noche que se cree demasiado larga

con vidrieras solo para ver.



Se sintió niña sin historia,

chismes o comentarios,

endeble manera de estirarse sobre las sombras

el día o el ayer

cuerpo de mujer convulso en su hora de gruta y mar.



Podrán olvidarse sus piernas sin medias

más allá del olvido,

la lujuria?

Angustias de una muñeca que ya no es de trapo

vaivén del reguetón,

caña y placer?

Serán holgazanes los buenos modales?

esa fotografía en el cajón de la abuela,

con letanía de pescado fresco,

habichuelas y la sartén.

La ventana se esparce al olvido

como desmemoriado pueblo

de costumbres y su viejo atardecer.

Sueños de grandeza

Por Rodrigo Motas Tamayo
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La vulgaridad de un pueblo pequeño no le cabía en la mente y tal vez por eso soñaba con ser otra cosa. Sus sueños de grandeza le marcaron los pasos por la vida. Cuando la volví a ver, éramos lo bastante creciditos para tener conciencia de nuestros actos, pero en aquellos primeros años, desde mi corta edad, no supe valorarla con certeza, pues mi prima siempre mostró ser más de lo que nos mostraba con su presencia.

De los varios ejemplares de distintas razas en la familia, era la única de piel trigueña y pelo como pájaros de noche. Su cuerpo delineó antes de ser adolescente y tal vez por ello se comportaba como toda una mujercita. Siempre fue independiente, y ya desde temprana edad la madre decía a gritos que no podía aguantarla.

El padre nunca estuvo cerca, prácticamente no lo llegó a ver en la infancia y creo que a esta altura jamás lo ha visto ni por fotografía.

Mi prima Sandra marcó mis primeros pasos y trastornó mi adolescencia. Tal vez sea cierto aquello que nuestro primer amor es la prima, pero lo cierto es que sin levantar un metro de la tierra mi corazoncito palpita tímido y furioso al solo oír su nombre y verla de visita en mi casa, o en la suya.

Allá iba yo como niño bueno a jugar a las casitas, ese juego en que nos creíamos mayores y dueños de casa con familia y todo. Ella siempre hacia de mamá y yo del hijo pequeño. Me cargaba y me mecía en sus brazos al conjuro de una canción de cuna. Nunca presté atención a la entonación o la letra, entusiasmado como estaba en alimentarme de los bulbos dibujados en su pecho. Con maestría incomparable para su papel de niña-mamá abría su blusita de corpiño y dejaba al descubierto sus pezoncitos, mientras arrullaba: -A ver la tetica del nené… vamos a tomar la lechita.

Y en esas teticas como retoños de malanga practique mis primeras aventuras para lo que haría en el mañana.

Las horas pasaban rápidas, aún cuando estuviésemos jugando dos o tres horas sin interrupciones familiares, porque primos al fin quien iba pensar nada malo y además mi prima por ser mayor me cuidaba.

Con el tiempo, a los juegos se unió Rosmeri, la vecinita de al lado, y entre ambas se repartían las tareas de la ficticia casa. Una lavaba, la otra barría, una cocinaba y la otra planchaba, pero a la hora de dar la comida al nené, ella sola me la daba.

Un día me enviaron a hacer los mandados a la imaginaria tienda detrás del tanque de agua de lluvia y al volver, las dos se estaban besando. Mi prima lamía los labios de la vecina que, quieta, se dejaba hacer mientras los colores del atardecer le cubrían la cara. Sentí celos de hombre chiquito y pregunté que qué pasaba allí, que por qué se estaban besando.

Ella me contestó que solo practicaban porque ya se hacía necesario contar con un hombre en la casa para que fuera el papá.

Le dije que yo podría pasarme para ese nuevo papel familiar y me dijo que aún era mi chiquito, que había que alimentarme mucho todavía.

Acto seguido abrió su blusa y me pidió que me acercara,. Me cargó sobre sus flacas y modeladas piernas de niña-mujer y me pegó contra sus dos limones. La vecinita se acercó y comenzó a cantarme bajito mientras sus manos entraban en mi portañuela.

-Vamos a dormir mi niño, que la noche llega ya. Vamos cierra los ojitos para que no venga el coco. Obediente, cerré los ojos, y mientras mi boca se aferraba a los pezones de miel sentía que sus labios se pegaban como si ambas estuviesen comiendo frutas.

Cada vez que abría un ojo me daban una nalgada con el consabido regaño, -Vamos, a dormir, niño malcriado.

Así pasaron los días y las semanas, siempre en mi papel de hijo, viendo como ellas hacían de papá y mamá.

Una tarde me dejaron fuera del juego porque tenían que hablar cosas de mayores. Con el pretexto de que no podía oir cuando discutían los adultos; realmente me echaron de la casita y ellas dos se quedaron solas.

Hice como que me iba y volví por la parte de atrás del tanque de agua de lluvia, sin que ellas me sintieran. No escuchaba la discusión prometida y solo oí algunos suspiros y un silencio que me enfurecía más y más. Decidido, entré de nuevo y las ví a las dos desnuditas, una encima de la otra, abrazadas y besuqueándose por dondequiera.

Esa tarde mi prima montó en cólera y me echó de verdad de sus juegos. Nunca la había visto molesta de esa forma. Tuve miedo y comprendiendo que perdía mi papel protagónico de hijo pequeño.

Pasaron los días, y desde mi casa solo veía cuando iban para la casita a sus juegos de mamá y papá. Luego comenzaron a visitarlas muchachos más grandes del barrio que entraban y salían al cabo de varios minutos. Realmente un desfile de colores y tamaños, y por ello nunca entendí realmente cuáles de ellos fueron mis padres de juego, pero lo cierto es que muchas veces repetían las entradas.

Mi prima Sandra fue así alejándose de mi, mientras me consumía en el olvido de sus juegos. A veces la veía asomada en la ventana de su casa, tarareando una canción de los Dan, y los ojos perdidos en no se sabe que rumbos. Los muchachos más grandes del barrio hicieron suyo el pasar todos los días cerca de esa ventana y desaparecían por el fondo de la casa de Amanda, quien también se esfumaba y solo aparecía al rato arreglándose el pelo en libre cascada.

Los sueños de grandeza de mi prima hicieron que se fuera a estudiar para La Habana. La madre se alegró que así lo hiciera, pues como comentó en mi casa, se quitaba un peso de arriba. Yo, cuando se fue, parecía que me cayera un edificio entero sobre el pecho. Tal vez fue que el peso que se quitó la madre me lo tiró a mí encima. Nunca dejé de pensar en mi prima Sandra, y mis lágrimas de hombre chiquito rodaron por mis mejillas cuando aún no tenía siete años.

Pasaron los años y en el pueblo cambiaron muchas cosas. El cine viejo de tablas de la calle Martí se derrumbó de viejo, al igual que muchos amigos de la casa dejaron de venir a visitarnos. Al principio pensaba que se habían ido como mi prima, pero un día escuché a papi decir que ya quedaban pocos de los buenos, uno a uno se derrumbaban como el viejo cine.

La vecinita de al lado, Rosmeri, se quedó de heredera de la casita de juegos y creció entre las escapaditas de los varones del barrio, quienes le hacían colas interminables. Un día, en noche de carnaval, nos llegó la noticia de que la encontraron muerta en un potrero con sonrisa de santa y una herida en la garganta. Ella aprendió de mi prima la grandeza de sus sueños.

Terminé el sexto grado y tuve que becarme para las Veguitas, plan de escuelas en el campo en el municipio Yara. Un día, al llegar de pase, mi sorpresa fue encontrarme con Sandra en mi casa. Estaba radiante, una trigueña a plenitud, con su pelo coqueteándole las nalgas, Vestía chaqueta de cuero, falda corta y botines altos y una infinidad de gangarrias cubrían su manos y cuello. Parecía un ser de otro planeta, y pensé que estaba muy a tono con sus sueños de grandeza.

Me miró y enseguida soltó con euforia. -Pero si es mi primo preferido, mira eso, ya eres todo un hombrecito… a ver ojos lindos, déjame mirarte bien. Me sopeteó como a un animal en venta, sin dejarme de besar la cara, el cuello y las manos. La sorpresa me dejó plantaó, no atinaba a hacer nada y ella se despachó a sus anchas como cuando jugábamos a la casita.

-A ver, qué me cuentas … cómo van las cosas por aquí… ya tienes novia.

Mi negativa con la cabeza le dio valor y soltó sin miramientos.

-Esta noche ve a mi casa, vamos a recordar viejos tiempos, verdad, mi lindo.

Si, atiné a decir, fija la mirada en aquellas dos piernas redondeadas que se alejaban llevándose a quien había roto mi corazón de niño.

La confianza familiar nos permitió encerrarnos en el cuarto para contarnos los últimos pormenores del barrio y La Habana. Su cara linda iluminaba la habitación, pero no impidió que me percatara de la tristeza de sus ojos. Bebió de una botella verde con olor a menta, y sonriendo se me acercó y abriéndose la blusa, me dijo:

- Vamos mi niño lindo, hora de comer, tome su tetica.

No esperaba, aunque sí, que fuera tan rápida. Eso me desconcertó y quedé paralizado frente a ella.

-Vamos, vamos que no se diga… ya a tu edad debes de haber cogido aunque fuera solo una chiva. Vamos, cógela en la boca que esta teta es tuya.

No me di a rogar y abarque con mi boca aquella rolliza masa que se desbordaba entre mis labios.

-Que perverso eres, te prendes como un ternero…. Vamos hazlo suave que yo no me voy a ir ahora. Su mano se deslizó por mi muslo con destreza increíble y se posó en lo que me dieron de hombre, aguantándolo para que no estallara.

-Como has crecido… ahora si eres un hombrecito de verdad… Ves, ahora si puedes hacer de papá… quieres- decía mientras me empujaba sobre la cama.

Se desnudó sin darme cuenta y en un abrir y cerrar de ojos estaba sobre mi. Cogió entre sus manos lo que se me salía de la portañuela y comenzó a flotarse allí donde la noche se vuelve cañada.

Pude aguantar las ganas para no explotar sin haber sentido la humedad de su furia. Cerré los ojos y comencé a pensar en otra cosa. Suavemente, se incrustó sobre mi miembro y al rozarnos piel con piel, gimió como paloma herida de bala. Sentí las paredes del cuarto girar sobre mi cabeza o sobre mi cuerpo, aún no se descifrar bien si eran las paredes o ella, pero todo era tan rápido que me mordí los labios aguantando el tener que bombardearla con granadas, cañón y todo tipo de armamento.

Pasaron los minutos como pestañazos, y al fin, jadeante, se derrumbó sobre mi pecho con su aliento de licor de pradera . Intenté moverme y me apretó fuerte, susurrando que no lo hiciera. Que por su dios no lo hiciera, y como nunca he tenido yo alguno, la tumbé sobre la cama, de espaldas, y me encaramé lo más rápido que pude sobre ella, aplastándola con mi peso. Hinque fuerte entre sus nalgas y viví la penetración sin miramientos. Se quedó quieta, como caracol acurrucado, mientras le mordía suave el cuello y besaba el pelo en cascada.

Entre gemidos cortos me pedía que me moviera más y más o que parara, que no me moviera así, sino así, hazlo suave papi, no te apures… vamos que vine para quedarme, para seguir jugando a la casita como antes, mi macho… vamos coño que no me voy…y sin que me diera cuenta fui yo el que me vine para quedarme, como toalla mojada sobre su espalda..

Se viró despacio, abriéndose como flor ante mis ojos invitándome con el gesto a deambular por su pubis rasurado, ese que recordaba liso y pequeño de cuando jugaba a mamá y papá con la vecinita de al lado.

Me sumergí en aquella tembladera imitando cuando me daba de comer con su teta. Se revolvió frenética, lujuriosa, hincándome las uñas en la piel y apretándome hacia dentro como si quisiera ser mamá pero para sus entrañas. Sus fluidos mojaban mi cara pegada a los movimientos de su cadera. Poco a poco se fue ladeando hasta poner lo mío en su boca, y sentí que el mundo tiene colores y estrellas que viajan dándome vueltas en la cabeza, y sentí que el universo se hizo pequeño con su luz en mi boca.

Pasaron los días y la alegría de mi infancia colmó mi existencia, pero ya éramos adultos jugando juegos de mayores. Mi prima Sandra siempre tuvo sueños de grandeza.

Volvió a irse para La Habana. La madre vino sonriendo a mi casa y le comentó a mamá haberse quitado otra vez un peso de encima. Según dijo, vivía avergonzada por que su hija la habían expulsado de la capital no se sabe porque andanzas.

Tal vez mi tía se había quitado un peso de arriba y yo volvía a cargar con el jolongo, y a vivir enamorado de la tristeza de los ojos de mi prima Sandra.